Embrionaria por demás era la educación escolar en aquel pasado tiempo; la que se daba a la mujer se reducía a leer, a escribir i a rezar; la del hombre que no aspiraba ni a la iglesia ni a la toga, a leer con sonsonete, a escribir sin gramática, i a saber de saltado la tabla de multiplicar, con aquello de fuera de los nueves. Olvidábaseme decir que el alfabeto tenia una letra mas de las que ahora tiene, la cruz de Malta, que precedía a la letra A, i que se llamaba Cristus.
Nuestras escuelas de hombres, donde concurríamos niñitos hasta de 17 años de edad, todos de chaquetas i mal traídos, no por falta de recursos, sino por sobrado desastrosos, a pesar del látigo i del mango del plumero manejados con bastante destreza por nuestros graves antecesores, se reducían a un largo salón partido de por medio por una mesa angosta que dividía a los educandos en dos bandas, para que pudiesen mejor disputarse la palma del saber. Uno de los costados de la mesa llevaba el nombre de Roma, el otro el de Cartago; i un cuadro simbólico representando la cabeza de un borrico, de cuyo hocico colgaba un látigo i una palmeta, era por su mudable colocación el castigo del vencido o el premio del vencedor.
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